Angel de Apraiz Buesa
"El arte popular en la vida vasca"


Título de la publicación:
V Congreso de Estudios Vascos: recopilación de trabajos de dicho Congreso, celebrado en Bergara del 31 de agosto al 8 de septiembre de 1930 acerca de temas de arte popular vasco

Año de la publicación: 1983

Páginas del artículo: 107-117


Resumen: Recoge las obras populares desde la prehistoria hasta la actualidad como construcciones, conjuntos de población, caseríos, mobiliario, indumentaria



Sepulcros y estelas de Argiñeta (Vizcaya), reproducidos en la Exposición de Vergara (Fot. García)

El Arte Popular en la vida vasca

por

D. Angel de Apraiz
Catedrático de Teoría e Historia del Arte en la Universidad de Barcelona


Recuerdo, al tratar de coordinar, con auxilio de los resúmenes de prensa, las ideas principales de mi conferencia en el Congreso de Vergara, que el haberme encargado de un tema tan amplio como el que encabeza estas líneas, fué debido a ser el más adecuado a las múltiples sugestiones que producía en mí la labor preparatoria de dicho Congreso. Me dediqué en ella, de un modo especial, a promover la obtención, y después a la recogida y clasificación, del mayor número posible de fotografías relativas al arte popular vasco. En esta labor, cuyo fruto, debido principalmente a las colaboraciones que quedan consignadas en la Crónica que encabeza este libro, habla de ser permanente en el archivo de Eusko-Ikaskuntza. La variedad de los asuntos de las fotografías que pasaban por mi mano y las evocaciones de todas ellas (y, en particular, naturalmente, aún no siendo las más numerosas ni mejores, las de aquellas obtenidas por mí en distintas ocasiones de la vida) sólo podían caber en un tema sintético. Pero que, como el de este enunciado, serviría de exponente de tantas y tantas materias que no podían ser tratadas de modo monográfico en nuestro Congreso, aunque estaban representadas en su Exposición, reflejando así todos los latidos dela vida estética de nuestro pueblo.

Voy, pues, a seguir aquí también el orden de la clasificación con que fueron presentadas las fotografías en la Exposición del Congreso y que se detalla en la Crónica de este libro. Esa ordenación se deshizo después para incluir tales fotografías en el Archivo general de las de nuestra Sociedad, del cual no se aprovecharon para la Exposición las referentes a obras de carácter no popular y estando hoy unas y otras mezcladas dentro del orden alfabético de los pueblos en que se encuentran, sistema el más seguro para cuantos desean hallar la reproducción de una obra determinada. Presentaré en estas líneas algunas de las fotografías inéditas que tengo más a mano al escribirlas y que mejor pueden ilustrar los puntos de vista que indiqué a mis oyentes en Vergara, entre los cuales constituían el mayor número, vascos de Francia y personalidades francesas de excursión organizada por el Museo Vasco de Bayona.

Adoptamos entonces un orden cronológico, en cuanto las obras de arte popular (a las que es tan difícil a veces señalar una fecha), muestran algunos caracteres de los estilos históricos o por cualquier otra circunstancia puede señalárseles una época determinada. Así, el primer álbum de nuestras fotografías y las primeras de nuestras consideraciones, se referían a las Obras de la Prehistoria y de la Edad Antigua, las cuales nos muestran la antigüedad de los motivos vascos de decoración que ya entonces aparecen. Todas las primeras fotografías que ahora ilustran este trabajo nos enseñan cómo desde la lápida de Luzcando, existente en el Instituto de Vitoria y atribuída al siglo I de nuestra era, hasta los objetos populares hoy en uso y que no es posible citar, pasando por las pilas bautismales de caracteres románicos, la decoración de portadas de iglesias de época gótica—como la de Santa María de Idiazábal que publiqué en el programa de los actos de Vergara y que muestra en su decoración, con elementos románicos, otros no anteriores al siglo XV, y las obras del Renacimiento y del barroco—, repiten en nuestro país el mismo arte y los mismos motivos. En vez de éste de las estrellas de seis puntas, hubiéramos podido escoger para la demostración, la lápida, también de época romana, del museo de Pamplona, con sus motivos del sol y la luna, y hallar la repetición de éstos en obras vascas de todas las épocas y de las más diversas aplicaciones. Pero en la lápida de Luzcando encontramos, además del disco estrellado—y del mismo modo que en otra media docena de lapidas alavesas de igual época romana, citadas por Hübner—, la decoración de la vid con racimos en alternación, motivo al que los historiadores del arte dan un origen bizantino, pero que se encuentra ya usado en nuestra tierra antes de que el arte bizantino (cuyo nombre está en crisis y sus orígenes e influencias siendo objeto de nuevas investigaciones y teorías), se encontrara aún en los momentos decisivos de su formación. Son, por tanto, esta antigüedad y esta continuidad, que en otras ocasiones he podido demostrar más detalladamente, caracteres fundamentales del arte popular vasco y que, dándose del mismo modo que en su lengua, que no es al fin y al cabo sino la principal manifestación estética popular, concurren en todas ellas para aureolar de la nobleza más honda la vida histórica de nuestro pueblo.

Siempre he considerado también como el más pcpular de los géneros de arte vasco, las Construcciones y decoración en madera, ofreciéndonos conjuntos tan vastos e importantes como la cubierta del pórtico de la iglesia de Durango, que constituirá una de las obras más considerables que pueden conservarse en el mundo con tal material, naturalmente muy perecedero. Pero a pesar de serlo, nuestro país guarda en él restos de considerable antigüedad, como la galería de la iglesia llamada la Antigua, de Zumárraga, cuya vista inferior, en lo que resulta techumbre de las naves laterales, nos muestra—juntamente con la labor elemental y primitiva de los pequeños entalles, conocida por los etnógrafos con el nombre alemán de «kerbschnitt» y que aquí se manifiesta formando estrellas con la intersección de sus líneas—las mismas cabezas e iguales tocados que encontramos en muchos capiteles de las portadas del románico de transición en Alava. Como también vemos en la estructura y formas de esta construcción, igualmente que en el antepecho del coro de la iglesia de Tabira, en Durango, y en otras vascas, caracteres a los que algunos no vacilaron en atribuir un origen musulmán. Cosa posible, dado que también en nuestra lengua vasca se encuentra algún rastro de estas influencias, que, especialmente en el trabajo de la madera, han sido tan considerables en toda España y aún en Francia. Las cuestiones de orígenes, y más aún las de que éstos sean inmediatos o mediatos, son difíciles de resolver y, por otra parte, en nada afectan, como en lingüística, a la sustantividad del arte de un pueblo, cuando éste elabora, aún sirviéndose de esos mismos elementos, conjuntos verdaderamente propios. Así los de estas galerías de las iglesias vascas, que, no debiendo de ser ni aún las más antiguas conservadas —como la de Zumárraga y a pesar también de sus detalles de tradición románica—, anteriores a la época del arte gótico, dan lugar en éste a algunas de las principales características de lo que se ha reconocido ya con el nombre de «gótico vasco». Al que son posteriores, sin duda, las galerías de más de un piso que conocemos al otro lado de la frontera—Hendaya, Itxasu, Ainhoa, Saint Jean de Luz, Ziburu, Sara, Ascain, Saint Pée, Espelette, Cambó,—presentando la de Espelette, que aquí reproducimos, los motivos de lo que llaman los franceses «godron» y que se conoce en castellano por «gallones», como también la unión de dos aletas análogas a las del barroco, que dan lugar a una especie de palmeta, tratándose aquí estos elementos de un modo tan particular como repetido en muchas obras del País Vasco francés. Y estos antepechos y galerías, que hay derecho a pensar se dieron en mucho mayor número que el conservado en el País Vasco peninsular (del que tenemos noticia de otra galería en la Antigua de Anzuola), constituyen de igual modo que el signo IHS—de cuya abundancia en obras de nuestro país de fines del siglo XV y principios del XVI, presenté pruebas en el Congreso de Oñate, que hoy se hallan también en el archivo fotográfico de la Sociedad—, modalidades tan enraizadas en las costumbres religiosas de nuestro pueblo, que no sería hipótesis muy aventurada la de suponer que, el haber sido vascos no sólo el fundador sino tantos de los primeros miembros de la Compañía de Jesús, influyó en que ésta adoptase tal signo como su emblema, y en que en sus iglesias,cuyo tipo del Gesú de Roma tiene otros precedentes en España, fuesen de rigor las tribunas; participando así el pueblo vasco en la formación de la corriente artística del «barroco», a la que sus arquitectos dieron tan importantes obras, y que hoy, lejos de considerarse con la mirada despectiva que anteriormente se le dedicaba, es estudiado como un movimiento expresivo que responde a una continuidad biológica y a una necesidad de los tiempos.

Obras comunales y conjuntos de población se titulaba otra de las secciones de fotografías exhibidas en el Congreso, y, de entre éstas, escojo para presentarla aquí, por su carácter tan primitivo y su relación con las grandes construcciones en madera a que antes me refería, la que reproduce las tornapuntas, algunas de las cuales son simplemente la bifurcación natural de un tronco de árbol, que sostienen los voladizos de un soportal de Pasajes. Estos soportales son también significativo exponente de la vida popular del País Vasco, tan frecuente en lluvias, y así se les concede la debida importancia en las Casas de Ayuntamiento, de las que muestro aquí por su importancia y por su apartamiento geográfico, la de Sangüesa (Navarra) y que, iniciándose con los edificios municipales más antiguos de nuestro país, en el siglo XVI, se continúan en los del XVII como el de Vergara, alcanzan aún mayor desarrollo en los del siglo XVIII como el de Mondragón, y en el XIX forman las plazas enteras de arcos de Vitoria, San Sebastián y Bilbao, obras de arquitectura sabia, aunque a veces tan original como la de los Arquillos de Vitoria, y llenas de la vida popular que aún llena aquellos ámbitos, especialmente cuando la inclemencia del tiempo hace buscar en ellos un cobijo. Son también la naturaleza del suelo montañoso y el límite del mar los que imponen una adaptación de la construcción en nuestros pueblos costeros, que da lugar a casas de gran número de pisos en la fachada que mira a la orilla y de muchos menos en la opuesta, formando conjuntos tan sorprendentes como el que ofrece Motrico a quien a él se dirige por carretera desde Deva.

Entre las Casas urbanas las hay que ofrecen carácter y conjunto tan pintorescos como la de Goizueta (Navarra), con su entramado y sus voladizos, los que también se dan todavía en grandes trozos de calles, como la de la Herrería de Vitoria, cuya estrechez medieval pudiera justificarlos más. Otros arcaísmos han llegado también hasta nosotros, como las casas con escalera exterior, tan frecuentes en los caserios y en las casas-torres, y que se ofrecían aún no hace muchos años con algún interesante voladizo, en el conjunto de casas de Orio de nuestra fotografía, el cual es lástima que una moderna urbanización haya hecho desaparecer, por lo que significaba en la típica continuidad de nuestra vida popular. Esta se manifiesta a veces, aún en nuestros días, con notas tan interesantes como las que se ofrecen en varias puertas de Yabar y de Irañeta, pueblos de la Barranca de Navarra, en las que un carpintero allí nacido, Miguel el de Irañeta, cuya casa visitó en Satrústegui cuando él allí vivía retirado a la labranza en los primeros años de la postguerra, labró con sus manos o por las de algún discípulo (pues parece que había hecho escuela), alusiones a episodios ocurridos en la casa misma, o muestras del oficio a que se dedicaba el dueño de la casa, o una matanza de cerdo de las que en ella se practicaban, con una estilización plana admirablemente adecuada a su función decorativa, y que me ha recordado tanto muestras medievales como otras obras en madera de pueblos primitivos, coincidencias nada chocantes en el arte popular a través de los tiempos y de las distancias.

Las Casas señoriales formaban igualmente otro apartado en nuestra Exposición de Arte Popular, pues aparte de que las clases distinguidas también son parte del pueblo, y especialmente en nuestro país en que las diferencias de clase apenas tenían fundamento, los elementos tradicionalmente típicos se dan con mucha abundancia en las casas nobles vascas, aunque, como es natural, fueran éstas también las que mejor recibieron otros exóticos. El tipo conglomerado, sin patio y por tanto estrecho y alto de nuestras casas-torres, respondía así a la naturaleza del país. En las reconstrucciones del final de la Edad Media, y principios de la Moderna, se introduce el material de ladrillo, y en algunos casos con exóticas labores, ensanchándose también las casas, en las que es ya menos necesaria la defensa y más buscada la comodidad. Luego, desaparecidas las almenas de la parte alta, crecen grandemente los aleros de los tejados en las casas aisladas y en las de ciudad, para proteger la fachada de la intemperie. Y las fachadas se decoran con enormes escudos, sin que esta ostentación se oponga, sin embargo, a la vida labradora y modesta que revelan estas casas en su distribución y en otros detalles. Un ejemplo, y creo que hasta ahora no publicado que es la condición que voy buscando con preferencia en las fotografías que ilustran estas líneas, es la casa de Elorriaga (Alava), en que se muestran varias de las notas indicadas y en cuyo magnífico escudo se ve una representación del mundo con su remate caído hacia un lado, indicándose con esto y con el lema que lo explica el desengaño mundanal de los dueños.

Pero es también, naturalmente, en los Caseríos de labranza, de los que Eusko-Ikaskuntza exponía una magnífica colección de fotografías, donde se manifiestan las más típicas notas del arte popular vasco. Por lo que acerca de tal tema no es posible en una conferencia que ha de referirse a tantos y tan interesantes, sino señalar su fundamental importancia, haciendo referencia a los trabajos especiales que se le han dedicado. Y publicar aquí, como muestra inédita, un aspecto de uno de los caseríos más antiguos, en que puede apreciarse no ya sólo la principal intervención constructiva, sino aún el predominio de la madera, en el alzado de esta vivienda. Indicándonos así hasta qué punto la actividad del pueblo vasco hizo uso del material que abundantemente le otorgaban sus bosques, entre los cuales, y con los elementos que en ellos encontraba más a mano, labró el basetxe, raíz de nuestros apellidos, de la independencia de nuestro carácter y también de las blanduras de nuestra vida familiar.

De otra modalidad de casa, las Casas de pescadores, presentó también la Sociedad hermosas fotografías con que había enriquecido su Archivo con motivo de los trabajos preparatorios de la Asamblea de Pesca Marítima Vasca. En ellas se pueden ver, con elementos tan característicos como los grandes balcones para colgar las redes, otros de ornamentación conmemoradora de las navegaciones de sus dueños, como en Orio, pueblo en el que se encuentran también otros recuerdos de nuestros balleneros y de sus pescas arriesgadas.

La Vida religiosa de nuestro pueblo es tan intensa que sus manifestaciones se hallan, puede decirse, en todos los apartados que hasta ahora hemos indicado. Pero había también otras fotografías que en ninguno de aquellos tenían adecuado lugar, y con ellas formamos secciones como la de Iglesias rurales, de que poseemos vistas muy numerosas, y entre éstas, más o menos significativas, de todas las parroquias de Alava. También formamos otra sección de Ermitas, humilladeros y via-crucis. Y otra de Pilas bautismales, estelas, inscripciones y mobiliario eclesiástico. De esta sección última, publicamos aquí dos muestras que, precisamente por ser actuales, no carecen de interés: una que nos presenta las estilizaciones que las tradicionales estelas funerarias han recibido durante la segunda mitad del siglo XIX en algunos lugares del País Vasco francés, con un sentido de los salientes y de las curvas, tanto en la forma general como en la de los dibujos que las adornan, que podía dar lugar a consideraciones más transcendentales que las que caben aquí; y otra sobre el uso presente de la argizaiola en gran parte de los pueblos de Alava, correspondiendo creo que a Antezana o si no a uno de los inmediatos mi fotografía, en la que se pueden apreciar dos tipos de utensilio tan representativo del arte popular vasco: el de forma prismática, allí tan generalizado, y a veces con patas en cada uno de los ángulos de las dos caras horizontales; y sobre los de esta forma, otros que la tienen aplastada y uno con mango, o sea del tipo más conocido, y cuya relación con el primero habría que establecer en un estudio geográfico y comparativo de la argizaiola y su decoración, que pudiera ser importante para nuestra etnología.

Las Artes del hierro estaban representadas por fotografías de armas, veletas, balcones, hierros de puerta, de pozo, de cocina y otros, y, de entre aquéllas, presentamos la de una casa de Motrico con grandes balcones y jabalcones de hierro, mostrando el balcón central el motivo de abanico, tan grato a nuestros artífices.

En la sección Mobiliario presentábamos kutxas, en las que, como en todos los pueblos en que es el cofre la pieza fundamental (utilizada en el nuestro para guardar todo lo que es susceptible de guardarse) es también la que mejor representa los caracteres más genuinos de su arte y los que a él se han adherido en sucesivas importaciones. También algunos armarios o aparadores, como el que aquí reproducimos del Museo Etnográfico de Bilbao (donde indican su procedencia de un pueblo de la costa) y en el que se da la tradicional división en dos cuerpos, separados por cajones, y el de arriba con balaustres, por entre los que se verifica la ventilación de los víveres allí guardados. Igualmente suele hacer oficio de despensa, adoptando la disposición de arca, el asiento del txitxillu o banco con alto respaldo de las cocinas vascas, en el cual la tabla plegable que suele servir de mesa no es cosa exclusiva de nuestro país puesto que yo lo he visto igual en aldeas de Salamanca, pero entre los nuestros también conozco algunos en que el asiento mencionado sirve de caponera, para lo que su frente se cierra con celosía o con balaustres. Estos balaustres sustituyen desde la época de difusión del Renacimiento, a las formas planas que aún podemos ver en las patas de las mesas más antiguas, trabadas también con maderos en forma de X vertical. Como son primero planas y después redondeadas o torneadas, las formas de las camas. Evolución que podemos observar también en las sillas y en los sillones, de los que presentamos aquí uno, en el que el asiento es e] de tabla, tradicional, aunque incómodo de no cubrirse con almohadón, mostrando, por lo demás, otros caracteres de estilos históricos y, combinados con las formas planas, balaustres y brazos curvados, éstos de indudable comodidad y adecuados a su función. Lo son indudablemente muchos de nuestros muebles, tanto los de caserío como los pertenecientes a clases más refinadas, a las que pertenecían los dos reproducidos aquí. Y precisamente de éstos, y aún de los usados por los baseritarak he podido mostrar en alguna conferencia de los Cursos de Verano de Eusko-Ikaskuntza, muestras de su adaptabilidad a los usos modernos.

En una última seccción de nuestras fotografías, exponíamos las relativas a Indumentaria, labores y costumbres. De todo ello podían apreciarse con ventaja otras manifestaciones en diferentes actos del Congreso y en la Exposición, cuyas instalaciones recorrimos con los oyentes. Contemplamos los maniquíes vestidos con los trajes tan diversos que en la Historia y en la actualidad ofrece nuestra tierra, dándose sin embargo en todos, una nota de severidad en el color y en el corte. Contemplamos las labores de tejidos, bordados y encajes, y, especialmente, las decoraciones azules en punto de cruz, de los paños religiosos y domésticos. Respecto de estos últimos llamé especialmente la atención acerca de las oazalak o cubiertas de cama, consistentes a veces en fundas bordadas de toda la dimensión de aquélla y destinadas a rellenarse de lana y abrigar así, sin más manta ni sabana (pues aquellas son lavables) a la persona acostada; uso del que he obtenido para la colección de nuestra Sociedad, fotografía de un caserío de Vergara en el que aún se usaban las oazalak bordadas en azul; como también en el mismo Berlín he dormido en cama cubierta de la misma forma.

Ello me recuerda otra coincidencia que observé en uno de los museos de etnografía alemana (la nota exacta que entonces tomé no he podido encontrarla ahora), donde vi el armazón de una figura de caballo, dentro del cual se introducía un hombre en ciertas fiestas de aquellas ciudades, del mismo modo que el zamaltzaina de las mascaradas suletinas, o los que he oído llamar zaldiko-maldikos en las fiestas de Pamplona, o les cotonines o els cavallets que bailaban hace años en las fiestas de Villafranca del Panadés y, hace aún menos, en otros lugares de Cataluña.

Y para terminar con esta materia de indumentaria, labores y costumbres, cuyos téminos suelen ofrecerse tan enlazados, presentaré algunas de las fotografías en que así ocurre y que obtuvimos, además de varias películas cinematográficas, para el Archivo de la Sociedad, don Manuel María Insausti y el que esto escribe, en excursión por los valles de Roncal y Salazar, en la que también hallé datos de la difusión del tambor de cuerdas por aquella región y en la parte de Francia. De tal excursión procede la fotografía obtenida en Isaba, de una mujer que se dirige a la iglesia con el vestido dominical de ceremonia y llevando en sus manos lo que oí llamar allí arzagi-esporta o «cestico de la cera», en la que ésta iba arrollada a una pequeña argizaiola, de las que fotografié también otra grande y prismática, como las de Alava pero sin patas, usada en los entierros. De Salazar reunimos en Ochagavía a los danzadores que han tomado parte en varias de nuestras fiestas vascas y que aparecen fotografiados en el programa general de Cursos de Verano de la Sociedad de 1930. Danzaron ante el tomavistas cinematográfico, sus acostumbrados números titulados Emperador, la Katxutxa, que es también el nombre del bonete con que se cubren, la Burunba-dantza o del Modoro. Título este último en que sin duda se alude al singular personaje llamado también en castellano «bobo», que dirige a los danzadores y que se corresponde al cachiporro, que dirige las danzas de Laguardia (Alava), de que tenemos también fotografía, pues ambos, validos de su significación humorística, tienen derecho a embromar a las personas del pueblo y al de Ochagavía le oímos fuertes pullas dirigidas a los más distinguidos señores que allí se hallaban. Terminaron sus danzas con la vistosísima del Pañuelo. De ellas, y de los requisitos que hubimos de cumplimentar para que se hicieran, dedujimos su caráter religioso, en el sentido de estar unidos al culto de la Virgen de la Muskilda, patrona del pueblo, y en el cual todo éste se une, pues las cintas, numerosas y de diversos colores que cubren el traje de los danzantes, es tradición que sean donadas cada una por una de las casas del lugar. Y de tal unión colectiva aún hallamos otra muestra en la institución del Eriko-Jaun o señor del pueblo, que no es sino una bandeja redonda de roble, en la que la mayordoma de la Muskilda recoge el pan de todo el pueblo para la ofrenda eclesiástica, y que en nuestra fotografía aparece sobre la axaliza o paño con que suele cubrirse. El que reproducimos es una labor de encaje, cuya parte central (pues los bordes fueron restaurados con posterioridad), fué ejecutada, según los datos que allí adquirimos, hacia 1865, por una pastora de la que también nos dijeron el nombre.

Con lo que daré fin a esta reseña, de modo igual al que tuvo la conferencia a que se refiere, recordando tesis por mi defendidas en otras ocasiones y que los datos nuevos que aquí se aportan vienen también a confirmar. Así la continuidad, a través de los siglos, del arte popular vasco. De igual modo los puntos de identidad que ofrece en los lugares más apartados entre sí del país. El carácter tan genuino de muchas de sus muestras, sin perjuicio de sus coincidencias con el de tantos otros pueblos en sus manifestaciones más elementales y aún enlazándose y contribuyendo al arte culto, que adapta fuertemente a su propio espíritu. La necesidad de más investigaciones y estudios de tipo científico, para los que esta recolección de materiales realizada por Eusko-Ikaskuntza y a la que aquí principalmente me he referido, puede dar una base, ampliada con otros trabajos de la Etnología, la Prehistoria y la Antropología y en relación, tan especialmente interesante en nuestro país, con la Lingüística, lo que de modo definitivo pudiera en él lograrse mediante el establecimiento de un elevado organismo universitario.

De tal manera el arte popular que hemos visto en sus manifestaciones plásticas, lo mismo que en las literarias y musicales, como exponente de la vida toda de nuestro pueblo, al ser perfectamente conocido nos haría conocer también todos los resortes de su alma, que es en este campo estético donde más claramente se revelan. Y la vitalidad vasca encontraría con ello en lo futuro las vías propias para su expresión.



Euskonews & Media 112.zbk (2001 / 2-23 / 3-2)
 


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