Título de la publicación: V
Congreso de Estudios Vascos: recopilación de trabajos
de dicho Congreso, celebrado en Bergara del 31 de agosto
al 8 de septiembre de 1930 acerca de temas de arte popular
vasco
Año
de la publicación: 1983
Páginas
del artículo: 107-117
Resumen:
Recoge
las obras populares desde la prehistoria hasta la actualidad
como construcciones, conjuntos de población, caseríos,
mobiliario, indumentaria
|
Sepulcros
y estelas de Argiñeta (Vizcaya), reproducidos en la Exposición
de Vergara (Fot. García)
El Arte Popular en la vida
vasca
por
D. Angel de Apraiz Catedrático de Teoría
e Historia del Arte en la Universidad de Barcelona
Recuerdo,
al tratar de coordinar, con auxilio de los resúmenes de
prensa, las ideas principales de mi conferencia en el Congreso
de Vergara, que el haberme encargado de un tema tan amplio como
el que encabeza estas líneas, fué debido a ser el
más adecuado a las múltiples sugestiones que producía
en mí la labor preparatoria de dicho Congreso. Me dediqué
en ella, de un modo especial, a promover la obtención,
y después a la recogida y clasificación, del mayor
número posible de fotografías relativas al arte
popular vasco. En esta labor, cuyo fruto, debido principalmente
a las colaboraciones que quedan consignadas en la Crónica
que encabeza este libro, habla de ser permanente en el archivo
de Eusko-Ikaskuntza. La variedad de los asuntos de las fotografías
que pasaban por mi mano y las evocaciones de todas ellas (y, en
particular, naturalmente, aún no siendo
las más numerosas ni mejores, las de aquellas obtenidas
por mí en distintas ocasiones de la vida) sólo podían
caber en un tema sintético. Pero que, como el de este enunciado,
serviría de exponente de tantas y tantas materias que no
podían ser tratadas de modo monográfico en nuestro
Congreso, aunque estaban representadas en su Exposición,
reflejando así todos los latidos dela vida estética
de nuestro pueblo.
Voy, pues, a seguir
aquí también el orden de la clasificación
con que fueron presentadas las fotografías en la Exposición
del Congreso y que se detalla en la Crónica de este libro.
Esa ordenación se deshizo después para incluir tales
fotografías en el Archivo general de las de nuestra Sociedad,
del cual no se aprovecharon para la Exposición las referentes
a obras de carácter no popular y estando hoy unas y otras
mezcladas dentro del orden alfabético de los pueblos en
que se encuentran, sistema el más seguro para cuantos desean
hallar la reproducción de una obra determinada. Presentaré
en estas líneas algunas de las fotografías inéditas
que tengo más a mano al escribirlas y que mejor pueden
ilustrar los puntos de vista que indiqué a mis oyentes
en Vergara, entre los cuales constituían el mayor número,
vascos de Francia y personalidades francesas de excursión
organizada por el Museo Vasco de Bayona.
Adoptamos entonces
un orden cronológico, en cuanto las obras de arte popular
(a las que es tan difícil a veces señalar una fecha),
muestran algunos caracteres de los estilos históricos o
por cualquier otra circunstancia puede señalárseles
una
época determinada. Así, el primer álbum de
nuestras fotografías y las primeras de nuestras consideraciones,
se referían a las Obras de la Prehistoria y de la Edad
Antigua, las cuales nos muestran la antigüedad de los
motivos vascos de decoración que ya entonces aparecen.
Todas las primeras fotografías que ahora ilustran este
trabajo nos enseñan cómo desde la lápida
de Luzcando, existente en el Instituto de Vitoria y atribuída
al siglo I de nuestra era, hasta los objetos populares hoy en
uso y que no es posible citar, pasando por las pilas bautismales
de caracteres románicos, la decoración de
portadas de iglesias de época gótica—como
la de Santa María de Idiazábal que publiqué
en el programa de los actos de Vergara y que muestra en su decoración,
con elementos románicos, otros no anteriores al
siglo XV, y las obras del Renacimiento y del barroco—,
repiten en nuestro país el mismo arte y los mismos motivos.
En vez de éste de las estrellas de seis puntas, hubiéramos
podido escoger para la demostración, la lápida,
también de época romana, del museo de Pamplona,
con sus motivos del sol y la luna, y hallar la repetición
de éstos
en obras vascas de todas las épocas y de las más
diversas aplicaciones. Pero en la lápida de Luzcando encontramos,
además del disco estrellado—y del mismo modo que en otra
media docena de lapidas alavesas de igual época romana,
citadas por Hübner—, la decoración de la vid con racimos
en alternación, motivo al que los historiadores del arte
dan un origen bizantino, pero que se encuentra ya usado en nuestra
tierra antes de que el arte bizantino (cuyo nombre está
en crisis y sus orígenes e influencias siendo objeto de
nuevas investigaciones y teorías), se encontrara aún
en los momentos decisivos de
su formación. Son, por tanto, esta antigüedad y esta
continuidad, que en otras ocasiones he podido demostrar más
detalladamente, caracteres fundamentales del arte popular vasco
y que, dándose del mismo modo que en su lengua, que no
es al fin y al cabo sino la principal manifestación estética
popular, concurren en todas ellas para aureolar de la nobleza
más honda la vida histórica de nuestro pueblo.
Siempre
he considerado también como el más pcpular de los
géneros de arte vasco, las Construcciones y decoración
en madera, ofreciéndonos conjuntos tan vastos e importantes
como la cubierta del pórtico de la iglesia de Durango,
que constituirá una de las obras más considerables
que pueden conservarse en el mundo con tal material, naturalmente
muy perecedero. Pero a pesar de serlo, nuestro país guarda
en él restos de considerable antigüedad, como la galería
de la iglesia llamada la Antigua, de Zumárraga, cuya vista
inferior, en lo que resulta techumbre de las naves laterales,
nos muestra—juntamente con la labor elemental y primitiva de los
pequeños entalles, conocida por los etnógrafos con
el nombre alemán de «kerbschnitt»
y que aquí se manifiesta formando estrellas con la intersección
de sus líneas—las mismas cabezas e iguales tocados que
encontramos en muchos capiteles de las portadas del románico
de transición en Alava. Como también vemos en la
estructura y formas de esta construcción, igualmente que
en el antepecho del coro de la iglesia de Tabira, en Durango,
y en otras vascas, caracteres a los que algunos no vacilaron en
atribuir un origen musulmán. Cosa posible, dado que también
en nuestra lengua vasca se encuentra algún rastro de estas
influencias, que, especialmente en el trabajo de la madera, han
sido tan considerables en toda España y aún en Francia.
Las cuestiones de orígenes, y más aún las
de que éstos sean inmediatos o mediatos, son difíciles
de resolver y, por otra parte, en nada afectan, como en lingüística,
a la sustantividad del arte de un pueblo, cuando éste elabora,
aún sirviéndose de esos mismos elementos, conjuntos
verdaderamente propios.
Así los de estas galerías de las iglesias vascas,
que, no debiendo de ser ni aún las más antiguas
conservadas —como la de Zumárraga y a pesar también
de sus detalles de tradición románica—, anteriores
a la época del arte gótico, dan lugar en éste
a algunas de las principales características de lo que
se ha reconocido ya con el nombre de «gótico vasco». Al
que son posteriores, sin duda, las galerías de más
de un piso que conocemos al otro lado de la frontera—Hendaya,
Itxasu, Ainhoa, Saint Jean de Luz, Ziburu, Sara, Ascain, Saint
Pée, Espelette, Cambó,—presentando la de Espelette,
que aquí reproducimos, los motivos de lo que llaman los
franceses «godron» y que se conoce en castellano por «gallones»,
como también la unión de dos aletas análogas
a las del barroco, que dan lugar a
una especie de palmeta, tratándose aquí estos elementos
de un modo tan particular como repetido en muchas obras del País
Vasco francés. Y estos antepechos y galerías, que
hay derecho a pensar se dieron en mucho mayor número que
el conservado en el País Vasco peninsular (del que tenemos
noticia de otra galería en la Antigua de Anzuola), constituyen
de igual modo que el signo IHS—de cuya abundancia en obras de
nuestro país de fines del siglo XV y principios del XVI,
presenté pruebas en el Congreso de Oñate, que hoy
se hallan también en el archivo fotográfico de la
Sociedad—, modalidades tan enraizadas en las costumbres religiosas
de nuestro pueblo, que no sería hipótesis muy aventurada
la de suponer que, el haber sido vascos no sólo el fundador
sino tantos de los primeros miembros de la Compañía
de Jesús, influyó en que ésta adoptase tal
signo como su emblema, y en que en sus iglesias,cuyo tipo del
Gesú de Roma tiene otros precedentes en España,
fuesen de rigor las tribunas; participando así el pueblo
vasco en la formación de la corriente artística
del «barroco», a la que sus arquitectos dieron tan importantes
obras, y que hoy, lejos de considerarse con la mirada despectiva
que anteriormente se le dedicaba, es estudiado como un movimiento
expresivo que responde a una continuidad biológica y a
una necesidad de los tiempos.
Obras comunales
y conjuntos de población se titulaba otra de las secciones
de fotografías exhibidas en el Congreso, y, de entre éstas,
escojo para presentarla aquí, por su carácter tan
primitivo y su relación con las grandes construcciones
en madera a que antes me refería, la que reproduce las
tornapuntas, algunas de las cuales son simplemente la bifurcación
natural de un tronco de árbol, que sostienen los voladizos
de
un soportal de Pasajes. Estos soportales son también significativo
exponente de la vida popular del País Vasco, tan frecuente
en lluvias, y así se les concede la debida importancia
en las Casas de Ayuntamiento, de las que muestro aquí por
su importancia y por su apartamiento geográfico, la de
Sangüesa (Navarra) y que, iniciándose con los edificios
municipales más antiguos de nuestro país, en el
siglo XVI, se continúan en los del XVII como el de Vergara,
alcanzan aún mayor desarrollo en los del siglo XVIII como
el de Mondragón, y en el XIX forman las plazas enteras
de arcos de Vitoria, San Sebastián y Bilbao, obras de arquitectura
sabia, aunque a veces tan original como la de los Arquillos de
Vitoria, y llenas de la vida popular que aún llena aquellos
ámbitos, especialmente cuando la inclemencia del tiempo
hace buscar en ellos un cobijo. Son también la naturaleza
del suelo montañoso y el límite del mar los que
imponen una adaptación de la construcción en nuestros
pueblos costeros, que da lugar a casas de gran número de
pisos en la fachada que mira a la orilla y de muchos menos en
la opuesta, formando conjuntos tan sorprendentes como el que ofrece
Motrico a quien a él se dirige por carretera desde Deva.
Entre
las Casas urbanas las hay que ofrecen carácter y
conjunto tan pintorescos como la de Goizueta (Navarra), con su
entramado y sus voladizos, los que también se dan todavía
en grandes trozos de calles, como la de la Herrería de
Vitoria, cuya estrechez medieval pudiera justificarlos más.
Otros arcaísmos han llegado también hasta nosotros,
como las casas con escalera exterior, tan frecuentes en los caserios
y en las casas-torres, y que se ofrecían aún no
hace muchos años con algún interesante voladizo,
en el conjunto de casas de Orio de nuestra fotografía,
el cual es lástima que una moderna urbanización
haya hecho desaparecer, por lo que significaba en la
típica continuidad de nuestra vida popular. Esta se manifiesta
a veces, aún en nuestros días, con notas tan interesantes
como las que se ofrecen en varias puertas de Yabar y de Irañeta,
pueblos de la Barranca de Navarra, en las que un carpintero allí
nacido, Miguel el de Irañeta, cuya casa visitó
en Satrústegui cuando él allí vivía
retirado a la labranza en los primeros años de la postguerra,
labró con sus manos o por las de algún discípulo
(pues parece que había hecho escuela), alusiones a episodios
ocurridos en la casa misma, o muestras del oficio a que se dedicaba
el dueño de la casa, o una matanza de cerdo de las que
en ella se practicaban, con una estilización plana admirablemente
adecuada a su función decorativa, y que me ha recordado
tanto muestras medievales como otras obras en madera de pueblos
primitivos, coincidencias nada chocantes en el arte popular a
través de los tiempos y de las distancias.
Las
Casas señoriales formaban igualmente otro apartado
en nuestra Exposición de Arte Popular, pues aparte de que
las clases distinguidas también son parte del pueblo, y
especialmente en nuestro país en que las diferencias de
clase apenas tenían fundamento, los elementos tradicionalmente
típicos se dan con mucha abundancia en las casas nobles
vascas, aunque, como es natural, fueran éstas también
las que mejor recibieron otros exóticos. El tipo conglomerado,
sin patio y por tanto estrecho y alto de nuestras casas-torres,
respondía así a la naturaleza del país. En
las reconstrucciones del final de la Edad Media, y principios
de la Moderna, se introduce el material de ladrillo, y en algunos
casos con exóticas labores, ensanchándose también
las casas, en las que es ya menos necesaria la defensa y más
buscada la comodidad. Luego, desaparecidas las almenas de la parte
alta, crecen grandemente los aleros de los tejados en las casas
aisladas y en las de ciudad, para proteger la fachada de la intemperie.
Y las fachadas se decoran con enormes escudos, sin que esta ostentación
se oponga, sin embargo, a la vida labradora y modesta que revelan
estas casas en su distribución y en otros detalles. Un
ejemplo, y creo que hasta ahora no publicado
que es la condición que voy buscando con preferencia en
las fotografías que ilustran estas líneas, es la
casa de Elorriaga (Alava), en que se muestran varias de las notas
indicadas y en cuyo magnífico escudo se ve una representación
del mundo con su remate caído hacia un lado, indicándose
con esto y con el lema que lo explica el desengaño mundanal
de los dueños.
Pero es también,
naturalmente, en los Caseríos de labranza, de los
que Eusko-Ikaskuntza exponía una magnífica colección
de fotografías, donde se manifiestan las más típicas
notas del arte popular vasco. Por lo que acerca de tal tema no
es posible en una conferencia que ha de referirse a tantos y tan
interesantes, sino señalar su fundamental importancia,
haciendo referencia a los trabajos especiales que se le han dedicado.
Y publicar aquí, como muestra inédita, un aspecto
de uno de los caseríos más antiguos, en que puede
apreciarse no ya sólo la principal intervención
constructiva, sino aún el predominio de la madera, en el
alzado de esta vivienda. Indicándonos así hasta
qué punto la actividad del pueblo vasco hizo uso del material
que abundantemente le otorgaban sus bosques, entre los cuales,
y con los elementos que en ellos encontraba más a mano,
labró el basetxe, raíz de nuestros apellidos, de
la independencia de nuestro carácter y también de
las blanduras de nuestra vida familiar.
De
otra modalidad de casa, las Casas de pescadores, presentó
también la Sociedad hermosas fotografías con que
había enriquecido su Archivo con motivo de los trabajos
preparatorios de la Asamblea de Pesca Marítima Vasca. En
ellas se pueden ver, con elementos tan característicos
como los grandes balcones para colgar las redes, otros de ornamentación
conmemoradora de las navegaciones de sus dueños, como en
Orio, pueblo en el que se encuentran también otros recuerdos
de nuestros balleneros y de sus pescas arriesgadas.
La Vida religiosa
de nuestro pueblo es tan intensa que sus manifestaciones se
hallan, puede decirse, en todos los apartados que hasta ahora
hemos indicado. Pero había también otras fotografías
que en ninguno de aquellos tenían adecuado lugar, y con
ellas formamos secciones como la de Iglesias rurales, de
que poseemos vistas muy numerosas, y entre éstas, más
o menos significativas, de todas las parroquias de Alava. También
formamos otra sección de Ermitas, humilladeros y
via-crucis. Y otra de Pilas bautismales, estelas, inscripciones
y mobiliario eclesiástico. De esta sección
última, publicamos aquí dos muestras que, precisamente
por ser actuales, no carecen de interés: una que nos presenta
las estilizaciones que las tradicionales estelas funerarias han
recibido durante la segunda mitad del siglo XIX en algunos lugares
del País Vasco francés, con un sentido de los salientes
y de las curvas, tanto en la forma general como en la de los dibujos
que las adornan, que podía dar lugar a consideraciones
más transcendentales que las que caben aquí; y otra
sobre el uso presente de la argizaiola en gran parte de
los pueblos de Alava, correspondiendo creo que a Antezana o si
no a uno de los inmediatos mi fotografía, en la que se
pueden apreciar dos tipos de utensilio tan representativo del
arte popular vasco: el de forma prismática, allí
tan generalizado, y a veces con patas en cada uno de los ángulos
de las dos caras horizontales; y sobre los de esta forma, otros
que la tienen aplastada y uno con mango, o sea del tipo más
conocido, y cuya relación con el primero habría
que establecer en un estudio geográfico y comparativo de
la argizaiola y su decoración, que pudiera ser importante
para nuestra etnología.
Las
Artes del hierro estaban representadas por fotografías
de armas, veletas, balcones, hierros de puerta, de pozo, de cocina
y otros, y, de entre aquéllas, presentamos la de una casa
de Motrico con grandes balcones y jabalcones de hierro, mostrando
el balcón central el motivo de abanico, tan grato a nuestros
artífices.
En la sección
Mobiliario presentábamos kutxas, en las que,
como en todos los pueblos en que es el cofre la pieza fundamental
(utilizada en el nuestro para guardar todo lo que es susceptible
de guardarse) es también la que mejor representa los caracteres
más genuinos de su arte y los que a él se han adherido
en sucesivas importaciones. También algunos armarios o
aparadores, como el que aquí reproducimos del Museo Etnográfico
de Bilbao (donde indican su procedencia de un pueblo de la costa)
y en el que se da la tradicional división en dos cuerpos,
separados por cajones, y el de arriba con balaustres, por entre
los que se verifica la ventilación de los víveres
allí guardados. Igualmente suele hacer oficio de despensa,
adoptando la disposición de arca, el asiento del txitxillu
o banco con alto respaldo de las cocinas vascas, en el cual
la tabla plegable que suele servir de mesa no es cosa exclusiva
de nuestro país puesto que yo lo he visto igual en aldeas
de Salamanca, pero entre los nuestros también conozco algunos
en que el asiento mencionado sirve de caponera, para lo que su
frente se cierra con celosía o con balaustres. Estos balaustres
sustituyen desde la época de difusión del Renacimiento,
a las formas planas que aún podemos ver en las patas de
las mesas más antiguas, trabadas también con maderos
en forma de X vertical. Como son primero planas y después
redondeadas o torneadas, las formas de las camas. Evolución
que podemos observar también en las sillas y en los
sillones, de los que presentamos aquí uno, en el que
el asiento es e] de tabla, tradicional, aunque incómodo
de no cubrirse con almohadón, mostrando, por lo demás,
otros caracteres de estilos históricos y, combinados con
las formas planas, balaustres y brazos curvados, éstos
de indudable comodidad y adecuados a su función. Lo son
indudablemente muchos de nuestros muebles, tanto los de caserío
como los pertenecientes a clases más refinadas, a las que
pertenecían los dos reproducidos aquí. Y precisamente
de éstos, y aún de los usados por los baseritarak
he podido mostrar en alguna conferencia de los Cursos de Verano
de Eusko-Ikaskuntza, muestras de su adaptabilidad a los usos modernos.
En
una última seccción de nuestras fotografías,
exponíamos las relativas a Indumentaria, labores y costumbres.
De todo ello podían apreciarse con ventaja otras manifestaciones
en diferentes actos del Congreso y en la Exposición, cuyas
instalaciones recorrimos con los oyentes. Contemplamos los maniquíes
vestidos con los trajes tan diversos que en la Historia y en la
actualidad ofrece nuestra tierra, dándose sin embargo en
todos, una nota de severidad en el color y en el corte. Contemplamos
las labores de tejidos, bordados y encajes, y, especialmente,
las decoraciones azules en punto de cruz, de los paños
religiosos y domésticos. Respecto de estos últimos
llamé especialmente la atención acerca de las oazalak
o cubiertas de cama, consistentes a veces en fundas bordadas
de toda la dimensión de aquélla y destinadas a rellenarse
de lana y abrigar así, sin más manta ni sabana (pues
aquellas son lavables) a la persona acostada; uso del que he obtenido
para la colección de nuestra Sociedad, fotografía
de un caserío de Vergara en el que aún se usaban
las oazalak bordadas en azul; como también en el
mismo Berlín he dormido en cama cubierta de la misma forma.
Ello me recuerda
otra coincidencia que observé en uno de los museos de etnografía
alemana (la nota exacta que entonces tomé no he podido
encontrarla ahora), donde vi el armazón de una figura de
caballo, dentro del cual se introducía un hombre en ciertas
fiestas de aquellas ciudades, del mismo modo que el zamaltzaina
de las mascaradas suletinas, o los que he oído llamar
zaldiko-maldikos en las fiestas de Pamplona, o les cotonines
o els cavallets que bailaban hace años en las fiestas
de Villafranca del Panadés y, hace aún menos, en
otros lugares de Cataluña.
Y
para terminar con esta materia de indumentaria, labores y costumbres,
cuyos téminos suelen ofrecerse tan enlazados, presentaré
algunas de las fotografías en que así ocurre y que
obtuvimos, además de varias películas cinematográficas,
para el Archivo de la Sociedad, don Manuel María Insausti
y el que esto escribe, en excursión por los valles de Roncal
y Salazar, en la que también hallé datos de la difusión
del tambor de cuerdas por aquella región y en la parte
de Francia. De tal excursión procede la fotografía
obtenida en Isaba, de una mujer que se dirige a la iglesia con
el vestido dominical de ceremonia y llevando en sus manos lo que
oí llamar allí arzagi-esporta o «cestico
de la cera», en la que ésta iba arrollada a una pequeña
argizaiola, de las que fotografié también
otra grande y prismática, como las
de Alava pero sin patas, usada en los entierros. De Salazar reunimos
en Ochagavía a los danzadores que han tomado parte en varias
de nuestras fiestas vascas y que aparecen fotografiados en el
programa general de Cursos de Verano de la Sociedad de 1930. Danzaron
ante el tomavistas cinematográfico, sus acostumbrados números
titulados Emperador, la Katxutxa, que es también
el nombre del bonete con que se cubren, la Burunba-dantza o
del Modoro. Título este último en que
sin duda se alude al singular personaje llamado también
en castellano «bobo», que dirige a los danzadores y que se corresponde
al cachiporro, que dirige las danzas de Laguardia (Alava),
de que tenemos también fotografía, pues ambos, validos
de su significación humorística, tienen derecho
a embromar a las personas del pueblo y al de Ochagavía
le oímos fuertes pullas dirigidas a los más distinguidos
señores que allí se hallaban. Terminaron sus danzas
con la vistosísima del Pañuelo. De ellas,
y de los requisitos que hubimos de cumplimentar para que se hicieran,
dedujimos su caráter religioso, en el sentido de estar
unidos al culto de la Virgen de la Muskilda, patrona del pueblo,
y en el cual todo éste se une, pues las cintas, numerosas
y de diversos colores que cubren
el traje de los danzantes, es tradición que sean donadas
cada una por una de las casas del lugar. Y de tal unión
colectiva aún hallamos otra muestra en la institución
del Eriko-Jaun o señor del pueblo, que no es sino
una bandeja redonda de roble, en la que la mayordoma de la Muskilda
recoge el pan de todo el pueblo para la ofrenda eclesiástica,
y que en nuestra fotografía aparece sobre la axaliza
o paño con que suele cubrirse. El que reproducimos
es una labor de encaje, cuya parte central (pues los bordes fueron
restaurados con posterioridad), fué ejecutada, según
los datos que allí adquirimos, hacia 1865, por una pastora
de la que también nos dijeron el nombre.
Con lo que daré
fin a esta reseña, de modo igual al que tuvo la conferencia
a que se refiere, recordando tesis por mi defendidas en otras
ocasiones y que los datos nuevos que aquí se aportan vienen
también a confirmar. Así la continuidad, a través
de los siglos, del arte popular vasco. De igual modo los puntos
de identidad que ofrece en los lugares más apartados entre
sí del país. El carácter tan genuino de muchas
de sus muestras, sin perjuicio de sus coincidencias con el de
tantos otros pueblos en sus manifestaciones más elementales
y aún enlazándose y contribuyendo al arte culto,
que adapta fuertemente a su propio espíritu. La necesidad
de más investigaciones y estudios de tipo científico,
para los que esta recolección de materiales realizada por
Eusko-Ikaskuntza y a la que aquí principalmente me he referido,
puede dar una base, ampliada con otros trabajos de la Etnología,
la Prehistoria y la Antropología y en relación,
tan especialmente interesante en nuestro país, con la Lingüística,
lo que de modo definitivo pudiera en él lograrse mediante
el establecimiento de un elevado organismo universitario.
De tal manera el
arte popular que hemos visto en sus manifestaciones plásticas,
lo mismo que en las literarias y musicales, como exponente de
la vida toda de nuestro pueblo, al ser perfectamente conocido
nos haría conocer también todos los resortes de
su alma, que es en este campo estético donde más
claramente se revelan. Y la vitalidad vasca encontraría
con ello en lo futuro las vías propias para su expresión. |