Desde
la pequeña localidad navarra de Arruazu, su pueblo natal,
el etnólogo y antropólogo vasco Jose Maria Satrustegi
observa reflexivamente la situación que atraviesa el mundo
después de ese 11 de septiembre de 2001, día en
que Estados Unidos padeció el mayor y más sangriento
atentado de la era moderna. Para este sacerdote, que en noviembre
cumplirá 71 años, el ataque no significa sino un
hecho más dentro de la situación desequilibrada
de una sociedad en decadencia, en la que las personas viven preocupadas
por el tener y no por el ser, y en la que la economía se
ha erigido en el valor principal, relegando a la persona a un
último plano. Una persona que, según su testimonio,
no vale nada para esa minoría que maneja los hilos del
poder económico.
-¿Cómo
vivió el ataque contra Estados Unidos? Me enteré por
los medios de comunicación; concretamente por televisión.
No parecía real sino los efectos especiales de una película.
Parecía increíble que unos edificios de esa envergadura
pudiesen desplomarse de esa manera. Se asemejaba a ciencia ficción.
La monstruosidad de los aviones estrellándose, de la gente
lanzándose desde las torres... Resulta desconcertante que
se pueda llegar a tal atrocidad.
-Después
de que quedara confirmada tal masacre, ¿llegó a pensar
que ya se había establecido en el mundo un antes y un después,
que algo podía cambiar a partir de ese momento? Cambiar de mentalidad,
no, porque en la línea en la que vamos puede haber muchas
sorpresas. Hubo una enorme organización, una gran precisión...
Estaba todo muy preparado, como si hubiese una potencia detrás
del atentado. En cuanto a la catástrofe en sí, tal
como está nuestra sociedad,
no será el último ataque. De este tipo, posiblemente
sí, pero la desestabilización puede venir por cualquier
lado. El mundo está en una situación en que unos
pocos acaparan todo el poder económico y manejan los hilos
de una mayoría. El dinero no va a solucionar todo. El mundo
no puede seguir así, en este desequilibrio. Se produce
más que nunca y hay más miseria que nunca. No podemos
continuar de esta manera. Estamos inmersos en una crisis de valores.
Nuestra civilización es decadente. La base está
ahí. Ojalá no ocurra nada. Pero cada día
mueren de hambre millones de personas y el mundo parece impasible
ante esto, pasividad que contrasta con un derroche de medios,
como los destinados a la estación espacial, por poner un
ejemplo. Un millonario y desorbitado coste que podría solucionar
muchos problemas de la humanidad, como el del hambre, al que me
acabo de referir.
-De sus palabras
se desprende un profundo pesimismo. No soy pesimista sino
realista. Yo trabajo con datos, no con opiniones. Estamos ante
un cambio muy profundo. Está en marcha y se va a producir.
Eso es irreversible. Los pueblos que han desaparecido no lo han
hecho porque los hayan eliminado otros. Han sucumbido y han dejado
paso a otros. En una sociedad decadente, que carece de valores,
en la que todo está a merced de los intereses económicos,
la persona no vale nada. Es el final. Porque cada uno recoge lo
que ha sembrado. La hecatombe va sucediendo. Lo dije hace veinte
años y se me reía la gente. Una generación
que está por debajo del índice de nacimientos que
necesita para su continuidad, crea un hueco. Haremos casas pero
no las llenaremos. Europa es un continente decadente y está
abocado al final. Se trata de una cultura en decadencia que tiene
cercano su final. Voy a poner un ejemplo. Hace
un mes, estuve en Armenia. En los siglos XVIII y XIX, perdió
por invasión de Turquía dos tercios de su territorio.
Allí el genocidio llegó al exterminio total. Hoy
los turcos han destruido todos los monumentos más antiguos,
milenarios muchos de ellos. Son tragedias impresionantes. No están
dejando nada de una cultura antigua. Hasta los cementerios los
están levantando. No quieren que quede ni una huella cristiana.
Y ¿qué cultura estás aportando? Ninguna. Lo de Europa
no tiene por qué ser como esta tragedia pero ya está
en marcha. ¿Qué se puede esperar de la gente que se ha
hecho hedonista, que sólo piensa en el dinero y en el disfrute?
Nada.

-Dentro de
esta crisis, Estados Unidos habla de una acción de paz
frente al terrorismo, que algunos interpretan como venganza, frente
a ciertos sectores islámicos que llaman a la guerra santa.
En el fondo, ¿no asistimos a otra forma más de globalización? El hombre es un misterio
insondable. Me abstengo de hacer un juicio de valor. Aunque sí
que en esta situación existe un ingrediente de mucho peso:
la religión como arma de proselitismo de la propia guerra.
Realmente, todo es marear la perdiz. Es hablar de cosas accidentales.
La paz como motivo de guerra significa ampliar la espiral. La
base de la paz es la justicia. Pero los gobernantes no se preocupan
por alcanzar la justicia sino por objetivos económicos.
-¿Qué
opinión le merece ese nuevo término de globalización?
Existen dos formas de entenderlo.
Una, que me parece que es la que intentan imponer, avanza hacia
poner fin a lo diferencial, hacia una economía global en
la que unos pocos, una minoría domina sobre una mayoría.
Me quedo con la otra, con la de un mundo global en el que todos
somos hermanos de todos, en la que el ser humano está al
servicio del ser humano, en la que no se da prioridad al tener,
como ahora, sino al ser. Un mundo global humanista, no materialista.
-Este fenómeno
puede ser un peligro para la pervivencia de los pueblos, incluido
el vasco, aunque ¿existe el pueblo vasco como tal? El pueblo vasco existe.
Somos todavía. Pero, por desgracia, es fruto de lo que
le rodea. Antes, nos sentíamos radicados, contentos con
nuestra manera de ser. Poseíamos un sentido moral por encima
de las leyes. Por desgracia, hoy en día, es un pueblo menos
idealista, más materialista. Nos ha podido el dinero.

-Uno de los
rasgos que da solidez a un pueblo es el idioma. ¿Se puede entender
un pueblo sin una lengua propia?
Sí, claro. Alguien puede sentirse
de un lugar, parte de un pueblo, y no hablar su idioma. Aunque
no cabe duda de que el idioma, el euskara en nuestro caso, es
como la carne de un pueblo. Se forja a través de los siglos,
de un cúmulo de experiencias que brotan al hablarlo y ya
es sentimiento, un rico sentimiento. Sin embargo, los lingüistas
aseguran que, de las cinco mil lenguas actuales, sólo sobrevivirán
quinientas. Esto me hace recordar lo que un día me comentó
un científico norteamericano, que no tenía antepasados
vascos y que, por tanto, no puede ser acusado de chovinista. Me
aseguró que el euskara sería una de esas quinientas
lenguas que sobrevivirán.
-Pese a ello,
¿desaparecerá algún día el euskara? ... Espero no verlo
y punto. Creo que no.
-Para terminar,
formule un deseo.
La globalización como la gran
familia humana.
Jose
Maria Satrustegi nació en la localidad navarra de
Arruazu, como él mismo dice, un "lejano"
15 de noviembre de 1930. Cursó sus estudios en el
Seminario de Pamplona. Se ordenó sacerdote en 1955.
Pertenece a la Academia de la Lengua Vasca, de la que fue
secretario general durante catorce años. Asimismo,
forma parte del Instituto Americano de Estudios Vascos,
de Buenos Aires, y es académico de honor de la Academia
Lingüística Internacional de Armenia.
Reconocido
etnólogo y antropólogo, y prolífico
escritor, a lo largo de su vida ha publicado veinticuatro
títulos y mil cien artículos. Entre sus obras,
se pueden destacar "Mitos y creencias", "Comportamiento
sexual de los vascos", "Solsticio de invierno",
"Euskal texto zaharra", "Ekaitza" y
la más reciente "Mattin Mottela". Fundador
de "Fontes Linguae Vasconum", a él también
se debe la creación de los "Cuadernos de Etnografía
y Etnología de Navarra". |
Fotografías: Koldo Larrea. La foto en blanco
y negro está publicada en ARGIA (1992ko hemeroteka: Jose
Maria Satrustegiri elkarrizketa)
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Euskonews & Media 138.zbk
(2001/10/5-11)
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