El
22 de octubre de 1916 se celebró un homenaje solemne a
Vicente Goikoetxea Errasti en su villa natal de Aramaio, seis
meses después de la muerte del maestro en Valladolid. Al
acto acudieron el obispo titular de Vitoria y el auxiliar de Valladolid,
representantes de diputaciones y ayuntamientos, personalidades
del mundo de la música y de las letras y, por supuesto,
todo el pueblo de Aramaio. Después de una misa solemne,
en la que se interpretaron obras del maestro bajo la dirección
musical de su sobrino Julio Valdés Goikoetxea, a las doce
del mediodía se procedió al descubrimiento de la
lápida colocada en la casa natal del insigne músico,
frente al Ayuntamiento, en el ángulo noreste de la plaza,
que desde entonces lleva el nombre de su hijo predilecto.
Fue designado
Resurrección Mª de Azkue para, en el acto del descubrimiento,
leer unas cuartillas desde el balcón de la casa natal de
Goikoetxea, con quien confesó le unía una amistad
profunda. En la balconada del Ayuntamiento, frente al orador,
se encontraban las autoridades y los miembros de la comisión
organizadora; la plaza estaba rebosante de público. Tras
la obligadas palabras introductorias el orador se centro en el
motivo de su alocución: "Un día que, como
ahora, me encontraba abrumado de trabajo, hace de esto veinticuatro
años, me encargué de una labor parecida a la de
hoy. Celebrábase una primera misa en nuestro pueblo natal
(Lekeitio): el misacantano era un hijo aprovechado de Aramayona,
nacido en esta misma casa, Vicente Goikoetxea. Aquel recién
ordenado de sacerdote era íntimo amigo mío, y dando
gustoso oído a su invitación, salí de Bilbao,
donde habitaba, con ánimo de predicar sermoncito. ¿Cómo
yo, que le atendí en vida, había de desatenderle
hoy, después de la muerte, a mi amigo, en ocasión
en que tratamos todos de conseguir que su nombre perdure más
que la muerte?"
Goikoetxea y
Azkue se conocieron en Lekeitio, adonde Goikoetxea se trasladó
en 1883, para ayudar a su cuñado Valdés en la contabilidad
del taller metalúrgico de Ibáñez de Aldecoa.
Tenía entonces 29 años. Su preparación musical
le llevó a asumir la dirección del coro parroquial,
que hasta entonces había correspondido al organista José
Mº Velasco. Azkue tenía 19 años, cursaba estudios
de Teología y mostraba también una clara vocación
musical. Estos dos hombres privilegiados coincidían, pues,
en la iglesia de Lekeitio, sobre todo los días de ensayo
del coro; a pesar de que los separaban 10 años de edad,
surgió entre ellos una gran amistad, de cuyo nacimiento
y desarrollo nos habla el propio Azkue: "Mientras vivió
en aquel querido pueblecito costero, por lo menos durante las
vacaciones de verano, solíamos juntarnos al atardecer;
primero en la iglesia y luego en un sitio que está sobre
el mismo mar, y allí, mientras la brisa saneaba nuestros
pulmones, ambos a dos sin pretenderlo fuimos de día en
día conociéndonos y queriéndonos más
íntima y cariñosamente. Entonces era cuando me hablaba
de las cosas de este pueblo; cuando me daba a conocer el aspecto
y carácter del organista de aquí; entonces aprendí
los nombres de las casitas de vecindad de aquí: Gantzaga
y Barajuen, Aresola, Etxaguen, Azkoaga, Olaeta del otro lado del
monte; y todas las demás".
Azkue, sin conocer
Aramaio, llegó a amarlo sólo por lo que le contaba
Goikoetxea. En una de sus primeras incursiones en el campo de
la literatura, no dudó en escoger como escenario el valle
del que tantas veces le había hablado su amigo. "El
primer año de mi ordenación sacerdotal, cuatro o
cinco amigos publicamos en Bilbao un periodiquito que se llamaba
"La Abeja". En aquél períodico dio a conocer
por primera vez Arana Goiri algunos sucesos antiguos de Bizcaya:
las batallas de Gordejuela, Mungia, Padura u Ochandiano. Yo comencé
una narracioncita amena, cuyo título era "Peru Matraka
ta Pedranton". Aquellos partos de mi ingenio habían
vivido aquí mismo, entre vosotros, en Aramayona. Cuando
mi amigo Vicente leyó aquel trabajito, me dijo estas palabras,
estirándose el bigote con la mano izquierda: Pero, chico,
esto no es Aramayona".
No fue una amistad
coyuntural y momentánea. Diez años después
del traslado de Goikoetxea a Valladolid y de su acceso a la Capilla
de Musica de la Catedral de esta ciudad, Azkue fue a organizar
las "Fiestas Eúskaras" de 1899. No dudó
en escoger para su celebración el marco de Aramaio, dejando
a un lado su pueblo de Lekeitio, que le hubiera agradecido esta
distinción. "Unos años después, siendo
ya él sacerdote, durante aquellas fiestas eúskaras,
aquellas hermosas fiestas que yo mismo, en nombre del sabio d´Abbadie,
hice que se celebraran aquí, dejando de lado a mi pueblo;
un sábado por la tarde, habiéndome llegado a esta
parte de la iglesia, no bien entré calle adelante y vi
que los montes eran mayores que lo que creía, el valle
más angosto, que estaban a la izquierda las viviendas que
me imaginé a la derecha, y las que yo creía lejanas
estaban muy próximas a la calle, me vino a las mientes
el recuerdo de mi amigo aramayonés y dije para mis adentros:
Aquel Aramayona, el Aramayona de "Peru Matraka" no era
Aramayona; el Aramayona de verdad es éste. Esta anécdota
os hará ver a las claras lo amante de su pueblo que era
vuestro paisano Goicoechea. En el transcurso de nuestro trato,
no contento con meter en mi corazón el amor hacia su persona,
quiso que arraigara en él el amor hacia vosotros".
Pero estas fiestas
causaron a Goikoetxea uno de los mayores desengaños de
su vida. Azkue le escribió a Valladolid, notificándole
la elección de Aramaio para las "Fiestas Eúskaras",
le insinuaba, al mismo tiempo, la idea de componer una misa para
tan memorable ocasión. La respuesta de Goikoetxea fue inmediata.
A su mente acudieron mil recuerdos de las vivencias de su infancia
y de su juventud. En muy poco tiempo tenía diseñada
la partitura completa para voces y orquesta y terminadas las partes
de "Kyrie" y del "Gloria". No
continuó: le llegaron noticias de que su misa era rechazada
por el Ayuntamiento, que escogió para la ocasión
una de Felipe Gorriti. Los pueblos suelen ser a veces rencorosos,
cicateros y ruines. En Aramaio, escenario de crueles contiendas
durante la última guerra carlista, el alcalde Ignacio Goikoetxea,
padre de Vicente, se vio obligado a tomar decisiones, que no siempre
gustaron a la gente; desde entonces en el pueblo, sobre todo en
el Ayuntamiento, ya no se guardó buen recuerdo de la familia
Goikoetxea. Así es que la "Misa en Sol",
que Goikoetxea diseño para las "Fiestas Eúskaras"
de Aramaio, una obra hermosa para voces y orquesta, quedó
incompleta y, por supuesto, sin estrenar. Y el compositor, al
comprobar que no era "profeta en su tierra", nunca volvió
ya a su pueblo natal.
Azkue se llevó
un disgusto tal vez mayor que el del propio Goikoetxea y estuvo
a punto de suspender las fiestas. No lo hizo porque estaban ya
anunciadas y las cuatro diputaciones tenían interés
en su celebración. De todos modos tiene el buen sentido
de no mencionar este incidente en su discurso del día 22
de octubre de 1916 en Aramaio; aunque habían transcurrido
18 años, entre los aramaiotarras que poblaban la plaza
se encontraría, sin duda, más de un responsable
de aquella afrenta.
Lo que sí
recuerda Azkue es el momento en que los destinos de la vida separaron
la trayectoria de los dos amigos. "Cuando (Goikoetxea)
ya tenía muy poco que estudiar para hacerse abogado, unos
muy buenos amigos suyos, los señores de Eguíluz,
le quisieron llevar a Valladolid. Cuando él les hubo contestado
que deseaba hacerse sacerdote, hicieron que se alojara en la casa
de ellos y estudiara en aquel seminario. Justamente el día
en que yo dije mi primera misa, en la fiesta de San Miguel del
año 1888, salió él de Lekeitio para Valladolid.
Con placer por una parte (puesto que era para bien suyo); por
otra parte con pena, vio el pueblo de Lekeitio la partida de Goicoechea.
Si hubiera sido hijo del pueblo no lo hubieran querido más.
Lo que había de ser más tarde en Valladolid, eso
fue para nosotros en nuestro pueblo: director de los cantores
de la iglesia; y en este trabajo no obtuvo más recompensa
que el agradecimiento y el amor".

Monumento
al compositor Vicente Goikoetxea en Aramaiona. Fot.: I. Linazasoro.
Pero, aun cuando
se encuentre "abrumado de trabajo", Azkue no deja de
interesarse y de seguir la trayectoria personal y profesional
de su amigo. Y constata que las cualidades personales de Goikoetxea,
aquellas virtudes que le hicieron establecer tan sólida
amistad con él, se desarrollan con el paso de los años.
"Como cualquiera de los demás artistas, los músicos,
los principales por lo menos, se enzarzan como los espinos de
los matorrales, pinchándose mutuamente, zahiriéndose,
sin poderse ver los unos a los otros; y como el gusano roe la
tierra, la polilla la madera y la roña el hierro, así
la envidia les consume el corazón...Vuestro paisano no
sintió hiel en las entrañas ni envidia en el corazón.
Los aplausos que se tributaban a un compañero no le acongojaban.
¡Cuántos músicos jóvenes recordarán
con agradecimiento las enhorabuenas y alientos recibidos por Goicoechea!
Cuando yo le manifesté mis planes de coleccionar los viejos
cantares del País Vasco, a fin de animarme y enardecerme
para que los emprendiera, me dio el comienzo de dos cantarcitos
de aquí. El primero es cantar de niños: "Atsia,
mutsia, perolipan"; el segundo, de los pastores de vacas:
" Labiru-logure bat ganaduzaina". Cuando llegué
a Aramayona, completé estas piececitas que él me
había enseñado a medias".
Para Azkue, Goikoetxea
fue el prototipo de hombre vasco que él soñaba,
un hombre bueno, íntegro y de una sola pieza. "Entre
los hombres, dondequiera suele haber de vez en cuando alguna disputa,
pensando los unos de distinta manera que los otros. En semejantes
dimes y diretes, cuando con más ardor se conducían
los otros, él caminaba cada vez con más calma...A
pesar de que era delicado, siempre le vi de buen talante y alegre.
Pocos hombres enfermizos hay que se rían con algazara.
Él se reía y hacía reír con gozo,
a carcajadas. Contados son los amigos tan amables como aquél,
tan buenos compañeros, agradecidos, tan hombres de palabra.
Tenía el corazón que le correspondía a aquella
cabeza. Tan lúcida como tenía la cabeza tenía
de noble el corazón".
Azkue finaliza
su discurso con palabras cálidas, dictadas por su indudable
afecto, pero, al mismo tiempo, enfatizadas por su habitual gusto
por la retórica: ¿Quién no sabe que este vuestro
inolvidable paisano fue humilde, sin sombra de arrogancia? A pesar
de eso, el señor Cardenal de Valladolid, su señor,
quiso premiar sus bondades y hermosos trabajos, haciéndole
Canónigo. Poco le ha durado esta distinción al gran
hijo de esta casa. Otro premio tenía preparado el Señor,
en su palacio; hermoso galardón que nunca se ajará,
ni arrugará, ni se encogerá, ni acabrá".
Sabin Salaberri, profesor del Conservatorio
de Vitoria/Gasteiz
Fotografías: Enciclopedia Auñamendi |