Su
peculiar barba y bigote canos le hacen inconfundible a este pamplonés
que ya ha vivido medio siglo y le otorgan un aspecto amable, reflejo
de su persona. Se trata del escritor navarro más prestigioso
de la actualidad y, quizá, sin miedo a exagerar, de todos
los tiempos. Haber logrado premios como el Herralde de Novela,
el Euskadi de Literatura, el Nacional de la Crítica o el
Príncipe de Viana de la Cultura avalan su categoría
profesional. Como un privilegio literario casi exclusivo, al alcance
de unos pocos elegidos. Desde el corazón del valle de Baztán,
desde Elizondo, Miguel Sánchez Ostiz profundiza en su visión,
en su concepción de la vida, en ese universo tan personal
del escritor, en la creación literaria, un mundo molestado
por el imparable intrusismo. Por ello, se antoja imprescindible
fijar inicialmente los cimientos en un terreno que no conoce fronteras
y nada quiere saber de ellas.
-¿Qué
es, en qué consiste la literatura?
No tengo la menor idea. Se puede enfocar
desde tantos puntos de vista... desde la visión del profesor
de universidad, del lector, del crítico, del que la ejerce.
Como escritor, pongo una palabra detrás de otra, que no
es moco de pavo. Es un oficio que sirve para expresar ideas, además
de para hacer bonito. Lo que hace el escritor es transmitir sus
perplejidades, sus sospechas, sus certezas, su particular humor,
su visión de la realidad. El resultado de eso, puesto por
escrito, es la literatura de alguien. La literatura con mayúsculas
no sé lo que es. Eso será la historia de la literatura,
el cúmulo de todo lo que se ha escrito. Supongo que la
literatura consiste en la necesidad que tiene el autor de contar
y de contarse.
-¿Continúa
existiendo la literatura en este siglo XXI o todo lo que se escribe
obedece a razones de mercado, a intereses editoriales?
Sí existe, es lo que yo leo
y lo que procuro escribir. Es una ficción, invención
literaria, basada en un lenguaje, en unas palabras, en una memoria,
en una percepción muy precisa, particular, individual de
la realidad, que es la del escritor. Aunque tengo que reconocer
que hay un porcentaje cada vez más alto de mercado. Pero
siempre ha pasado esto. Desde que se empieza a comercializar,
aparecen autores que en su época han sido muy vendidos
y luego han pasado al olvido. Hay otros que vendieron poco pero
que han perdurado, porque expresaron una concepción distinta
del mundo. Se trata de un tema muy azaroso. Te puede pasar o no
pasar. Es un gaje del oficio. El gaje de que puedes ser olvidado.
Esto tiene poco que ver con el acto fundacional de la escritura.
Cuando escribe, el autor tiene que creer absolutamente en lo que
hace. Se unen creación y vida. Y su vida está comprometida
en eso. En la historia, ha habido muchos autores y sólo
unos cuantos han perdurado. Además, ¡ojo!, son poco frecuentados.
Quevedo, Torres Villarroel, poco conocido, o Cervantes o Lope,
que no me gusta, ¿quién lee a esta gente? Muy pocos y por
obligación, en colegios, universidades... Salvo Cervantes.
El lector se acerca a él y queda emborrachado de ese barullo
de ideas, de palabras, de expresión precisa y de, sobre
todo, descripción de la condición humana.
-Se dice que
las nuevas tecnologías, incluida esa red de redes de comunicación
llamada Internet, van a marcar el desarrollo de este nuevo siglo.
¿Ayudarán a impulsar, a difundir los libros o acabarán
con ellos, como predicen algunos?
Todo
lo que incite a un lector a acercarse a la literatura es bueno.
La literatura existe en un discreto comercio del lector, en una
peculiar intimidad, en ese espacio de soledad, de aislamiento
que es la lectura. Todo lo que ayude a que esto funcione, será
bienvenido. Por otra parte, no reniego de ningún método
de transmisión de la palabra, del lenguaje. Respecto al
soporte en sí, a ese objeto rarísimo de papel llamado
libro, no desaparecerá ni en broma. Todo lo contrario,
las nuevas tecnologías ayudarán a que se publiquen
libros de más calidad desde el punto de vista del papel
y de la impresión. Ahí están los incunables,
por ejemplo. Tienen calidad de impresión y cualquier diseñador
de ahora se daría con un canto en los dientes. En mi caso,
estaría dispuesto a publicar en Internet. Sí, ¿por
qué no? A fin de cuentas, se trata de lenguajes e ideas.
Todo este pensamiento apocalíptico de que la época
va a acabar con el libro me parece una necedad, zanganería
espiritual. Eso sí, posiblemente, todos los libros técnicos
tendrán soporte digital. Pero los libros literarios de
papel continuarán imprimiéndose, aunque primará
la calidad sobre la cantidad, a diferencia de lo que ocurre ahora.
El lector seguirá buscando esa cosa tan curiosa que es
el libro, esa rara intimidad que se establece con la lectura.
-Como escritor,
¿con qué género literario se queda? ¿Con la novela,
la poesía, el teatro o el cuento? ¿Cuál prefiere?
Con el cuento, no. No tengo ni puñetera
idea de cómo se escribe un cuento. De los demás,
me quedo con la novela, porque es el género más
ambiguo, el más amplio y en el hoy en día entra
de todo. Y luego existe un género hacia el que tengo especial
debilidad que es el memorialista, en el que se interpreta la crónica
de lo vivido, la época del escritor sin la intervención
de la invención literaria. La poesía, menos. Sí,
prefiero la crónica, la narración de hechos vividos.
Por ejemplo, a mí me gusta la picaresca, que tiene mucho
de realidad, que es lo más intenso de la literatura en
castellano.
-Y en su universo
creativo, en su obra, ¿qué sitio ocupa, qué importancia
cobra la mujer?
(Tras un murmullo que se entiende
como duda o dificultad, sonríe). La mujer, como mujer,
sería lo mismo que el hombre como hombre. Se establece
aquí un problema de géneros. La mujer es el otro,
tiene un papel que aparece como lo otro, una presencia absolutamente
necesaria. Tal vez haya tenido mayor o menor torpeza a la hora
de definirla. Soy una persona tímida y pudorosa, lo que
supone un handicap terrible para el escritor. Este no debe ser
ni tímido ni pudoroso. Por ello, es probable que algunos
lectores echen en falta una mayor definición de la mujer,
aspecto que he ido afinando con los años. En mi literatura,
sí tiene la mujer una presencia. Otra cosa es el sexo.
Soy pudoroso y no me siento ni siquiera capacitado técnicamente
para describir ciertos episodios arrancados de lo escabroso y
transformados en literarios. No lo he podido hacer. Y tampoco
creo que sea tan importante. La reflexión sobre el sexo,
sí, sobre lo que puede significar. Quizá es eso,
que soy un "pasmao", un tímido.
-Sin embargo,
y quizá por ello, en su obra siempre ha profundizado en
la persona, en el ser humano. ¿Cómo lo definiría?
Ni puta idea. No sé lo que
es. Invito a comer al que me diga lo qué es el ser humano.
Si nos referimos a la condición humana, ya es otro tema.
La persona
con sus flaquezas, sus virtudes, sus pasiones, eso claro que está
en mi literatura. El ser humano es un concepto filosófico
tremendo. Por el contrario, la condición humana es lo que
somos, padecemos, lo que percibimos, somos nosotros mismos. Ya
lo decía Montaigne: "Soy yo mismo la materia de mis
libros". Se trata del autor que mejor ha escrito sobre la
condición humana, porque escribió de sí mismo
con profundidad. Un escritor no puede estar dándole la
espalda a la condición humana. Bueno, en fin, no pretendo
dar lecciones a nadie, pero la ambición, la envidia, la
pereza, la codicia, la alegría, el gozo, la voluntad, el
ansia de libertad son lo que configura la condición humana,
la identidad, lo que de verdad somos, mucho más allá
de la pertenencia a un grupo, a una tribu determinada.
-Pasando a
un plano, a un enfoque más personal, en 1984 dio un paso
más que valiente. Abandonó su trabajo de abogado
y decidió dedicarse de manera exclusiva a la literatura.
Dieciocho años después, ¿se cree, se considera escritor
profesionalmente?
¡Joder! ¡Si no hago otra cosa! De
la mañana a la noche. Es mi oficio, yo me gano la vida
así. Lo podré hacer mejor o peor, pero en un momento
me jugué las alubias por algo, di un paso arriesgado. Han
pasado muchos años y ahora me digo: "Miguel, algo
has hecho ¿eh?". Cuando me preguntan por lo que soy, por
mi profesión, no tengo ningún pudor a la hora de
decir que soy escritor. Un montón de locos nos estamos
ganando la vida así, con mayor o menor fortuna, claro.
Ahora bien, tiene sus inconvenientes. Por ejemplo, vas un banco
y te dicen que eso no es una profesión... y pasa lo que
pasa, en fin...
-Ha escrito
un buen puñado de obras, de poesías y de novelas,
pero ¿le ha costado mucho llegar hasta aquí, hasta alcanzar
el estatus, el prestigio literario del que goza actualmente? Sí, sí,
porque he tenido que vencer la falta de condiciones personales.
Soy una persona muy bloqueada desde el punto de vista del lenguaje,
tal vez por mi timidez. Me costó muchísimo llegar
a un libro como "Las pirañas". A partir de esta
obra, las cosas fueron más fáciles porque fue como
si hubiese roto un corsé que tenía. Desde entonces,
decidí que yo hablaba con el lenguaje que me salía
de las narices, que es el lenguaje de mi vida, el que he aprendido
en las calles, en Pamplona, en el pueblo. Llegar a eso me costó
muchos años, mucho más de lo que les cuesta a los
jóvenes ahora. De todos modos, no puedo quejarme y menos
de la acogida que ha tenido mi obra, sobre todo, en el País
Vasco, en sus medios de comunicación, en el ámbito
universitario, entre los escritores y entre los lectores. De esto
no me puedo quejar. Otra cosa es lo referente a los medios de
subsistencia. Pero no es una queja. Las cosas pasan como pasan.
Qué más da.
-En este sentido,
¿los premios ayudan, le reafirman en su profesión o, por
el contrario, responden a meros intereses comerciales en los que
importan los nombres y no la calidad de la escritura?
No sirven para nada. Sólo para
el ego. ¿Sabes qué es el ego? Ese tío pequeñico
de Bilbao que todos tenemos dentro. Bromas aparte, vanidosos somos
todos. Todos tenemos las mismas pasiones, lo que ocurre es que
pueden estar compensadas o descompensadas. Sirven para la satisfacción
personal, para reafirmarte en lo que haces. Pero al día
siguiente del premio, te encuentras con tus problemas reales y
tus problemas reales son tu creación, tus páginas
literarias, tu invención y tu lenguaje. El resto, es ruido,
un ruido que te viene estupendamente pero que no es más
que eso. Ahora bien, la falta de reconocimiento le puede arruinar
a un escritor la vida y la trayectoria literaria, cuando éstas
son lo mismo, tu escritura. Para mí, el premio más
importante fue el primero, el de la Caja de Ahorros Municipal
de Pamplona, un premio modestísimo, de ámbito local,
que lo gané ex aequo con Díaz Exacto. Ganar aquello
entonces fue el disparadero para ponerme a escribir. Por el lado
contrario, me han invitado a participar en premios que son auténticas
estafas, como el Pandereta. Los escritores, en general, tragan
porque el que abre la boca se queda sin comer. No es un premio;
se trata de una operación comercial, que están en
su derecho de hacer porque son empresarios pero que no me intenten
convencer de que eso es literatura.
-¿Se esconde
detrás de algunos premios, como el Príncipe de Viana
de la Cultura o el Euskadi de Literatura, algún sutil intento
de manipulación política?
No, rotundamente no. El premio Príncipe
de Viana te lo otorga el Consejo Navarro de Cultura, que está
formado por casi veinte personas de todos los pelajes, de muchas
ideologías, que valoran hechos. Por tanto, no es susceptible
de manipulación. Lo mismo ocurre con el Euskadi en el País
Vasco, premio que conozco bien porque lo he vivido como jurado.
-Vanidades
y premios aparte, el hecho de residir en este hermoso valle navarro,
alejado de ese eje literario y editorial que forman Madrid y Barcelona,
¿le crea el temor de llegar a sentirse un escritor olvidado?
Eso es un espejismo y en mi caso sería
una mentira. Con mi trayectoria, con los libros que he publicado,
con los premios que he ganado, con las editoriales en las que
publico, si me quejara de ser un hombre olvidado, sería
un sinvergüenza. Lo que pasa es que atraviesas etapas y ahora
me toca una de regreso a Baztán desde Madrid para trabajar
en mi proyecto literario. Eso es lo importante, la creación,
la verdadera creación. Actualmente, trabajo en "La
sultana", que es la tercera novela de la saga "Las armas
del tiempo", una obra que constará no de seis, como
tenía previsto inicialmente, sino de siete partes. La séptima
será una revisión de la primera historia, "El
corazón de la niebla", pero contada por otro personaje.
Busco así reflejar lo subjetivo de nuestra percepción
de la realidad. El protagonista será el médico nacionalista,
abertzale, pero ya mayor.
-Sus personajes,
los escenarios donde se mueven, las historias que narra ¿le pueden
llevar a ser tachado, a ser etiquetado en el mundo literario como
un escritor localista?
Escribo de lo que tengo delante de
las narices y de lo que siento. Si te conviertes en un escritor
localista es por falta de esfuerzo, de ambición. Por ejemplo,
la obra de Kafka transcurre en Praga, Faulkner escribió
de un lugar más perdido que Olite. Pero ambos fueron capaces
de calar en la condición humana, en la descripción
de los demás, en las pasiones, en la memoria. Si eres capaz
de eso, nunca serás localista. Te pueden tachar de localista,
pero lo hará el más patán.
-Como navarro
y como literato, ¿cómo ve, cómo siente Navarra?
Es muy difícil contestar a
esto. Navarra es un territorio tan complejo como rico, en el que
se producen, y se van a seguir produciendo en el futuro, posiciones
enfrentadas, basadas tanto en ideas o concepción de la
historia y de la memoria como en sentimientos. Me refiero a la
parte que hay en Navarra de sentimiento identitario vasco como
del que no lo es. Eso no va a tener solución. Lo que está
pasando en las urnas es una realidad como la copa de un pino.
Va a seguir siendo un territorio en el que conviven dos mentalidades
muy fuertes, la navarrista y la vasquista. Y no tienen por qué
estar enfrentadas. Hay navarristas no vasquistas, navarristas
vasquistas que no son nacionalistas, navarristas vasquistas que
sí lo son pero que nada quieren tener con Euskadi... Es
muy complejo. Desde luego, en lo inmediato no va a ver un decantamiento
hacia un mundo u otro. Esas dos visiones de Navarra las veo cada
vez más radicalizadas, enfrentadas, aunque nunca a lo bruto,
por supuesto. Hoy en día, manda el capitalismo y ya ni
Dios se juega unas vacaciones en las Seychelles por defender alguna
causa.
-Y de la situación
actual que vive el mundo, ¿qué tiene que decir?
Es muy preocupante lo que ha pasado
desde ese 11 de septiembre, el aplauso con que han sido recibidas
las medidas de Estados Unidos de recorte de las libertades personales.
En un futuro inmediato, puede convertirse en una amenaza por contagio,
porque como se le coja afición a limitar las libertades...
esto puede ser tremendo. De una forma aceptada por todo el mundo,
hemos asistido a un recorte de libertades personales en pro de
otras libertades que son muy discutibles. Los gobiernos han adquirido
mayor capacidad de acción sobre los individuos y eso no
es bueno para éstos.
-De sus palabras
se desprende una preocupación pesimista. ¿Estaría
dispuesto a involucrarse en alguna causa? ¿Se considera un escritor
comprometido?
Qué
va. Hay otros más comprometidos que yo. Bueno, algo sí.
Como ya he dicho, escribo de lo que tengo delante de las narices
y en la memoria. Desde mi punto de vista, no quiero darle jamás
nunca lecciones a ningún escritor. Yo no quiero decir "el
escritor tiene que hacer, debe hacer..". Cada uno debe trabajar
con arreglo a su conciencia. Y sí me comprometería
en una causa aunque hoy son más difusas. Ahí está
la causa contra la barbarie, que debe ser más contra la
barbarie que contra ETA. ETA nos está complicando la vida
a todos y más que a nadie al País Vasco. Ha emponzoñado
la vida del País Vasco y ha impedido que haya cobrado la
realidad que tiene derecho a tener. Es un entorpecimiento brutal.
No se dan cuenta. En estos veinte años, el País
Vasco, con sus gentes y sin esta rémora, habría
avanzado bastante más, porque posee un gran capital humano,
raro de encontrar, en todos los niveles.
-Para concluir,
abandonemos la seriedad y recobremos el humor, que es tan importante
en su vida y en su obra. Y, aunque le parezca broma o paradoja,
recomiende un libro a George Bush y otro a Bin Laden. ¡Uffff! ¡Qué
difícil! Vamos a ver... Al estadounidense, "Alá
no está obligado", de Ahmadou Kourouma. Y al otro,
no sé... Sí, los ensayos de Montaigne, ja, ja, ja.
Obra
literaria
Miguel
Sánchez Ostiz es autor de las novelas
"Los papeles del ilusionista" (1982, Premio
Navarra de Novela), "El pasaje de la luna"
(1984), "Tánger bar" (1987), "La
quinta del americano" (1987), "La gran ilusión"
(1989, Premio Herralde de Novela y Premio Euskadi
de Literatura), "Las pirañas" (1992),
"Un infierno en el jardín" (1995),
"La caja china" (1995), "No existe
tal lugar" (1997, Premio Nacional de la Crítica)
y "La flecha del miedo" (2000).
En
la actualidad, trabaja en "La sultana",
la tercera novela de la saga "Las armas del tiempo".
Las dos primeras fueron "El corazón de
la niebla" y "En Bayona bajo los porches".
A "La sultana" le seguirán "El
anillo de San Huberto", "El mirador de Biriatou",
"A la sombra de la higuera" y una séptima
novela que todavía carecía de título.
Ha
escrito también los ensayos, misceláneas
y diarios "Mundinovi, gaceta de pasos perdidos"
(1987), "Literatura, amigo Thompson" (1989),
"La puerta falsa" (1990), "El árbol
del cuco" (1994), "Veleta de la curiosidad"
(1984, Premio Café Bretón), "Pamplona"
(1994), "El santo al cielo" (1995), "Las
estancias del nautilus" (1997), "Palabras
cruzadas" (1998), "El vuelo del escribano"
(1999) y "Derrotero de Pío Baroja"
(2000). |
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Fotografías: Koldo Larrea
Euskonews & Media 156.zbk
(2002 / 2-22 / 3-1)
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